La Vía
Crucé al otro lado de la vía. La ropa (rota), las botas sucias (y rotas), el cabello quebrado (medio roto), la peste a cuestas (lo más roto) y el brazo roto (bien roto). Hace un mes te atropellaron. Caminé a lo largo de la vía con esa seguridad que tenemos los que estamos acostumbrados a cruzar muchas veces durante la madrugada, ese momento donde el día no es día y la noche tampoco es noche. El cielo aún era oscuro. Azul oscuro. El principio del amanecer anunciaba el final de mi caminata para buscar cama y dormir.
Caminaba a lo largo de la vía cargando pedazos de mí, buscando un lugar para dormir hasta la tarde. Hace frío. Dos días para que la Ciudad se llene de flores naranjas, ya está el olor a pan dulce. Crucé al otro lado de la vía, entre las piedras y los rieles la vi. Tengo un vestido rojo y sonrío. Me detengo. Es raro. Tal vez estaba borracha, hay muchas muchachitas que se emborrachan en las noches y terminan en la vía sin saber cómo llegaron ahí. Se parecen a nosotros, pero con vestidos brillantes y sin la peste. Sonrío y te saludo. Pienso que está borracha, no la veo bien. Es una muchachita muy alta, con el rostro blanco y el cabello negro, tiene un vestido.
Quisiera que no estuviera aquí. No me gusta la gente, por eso camino por las noches, hasta la madrugada. En el día, la Ciudad le pertenece a los otros, en la noche nos pertenece a nosotros. Si salgo de día es porque me da hambre, no por gusto. Busco en los botes algo para comer, a veces me dejan comida afuera de las tiendas del Centro o a un lado de la vía, esos son mis rumbos. Pero desde aquél día, cuando me rompieron el brazo mientras comía en una banqueta, por eso ya no me gusta salir de día. Te rompieron el brazo a propósito. Yo sé que no lo hicieron con intención, son muchachitos y a veces les gusta molestar a los viejos como yo, sobre todo si están así de rotos. Camino. Es un muchachita muy extraña. Camino. Es muy alta, nunca había visto una tan alta. Camino. Ahora que está más cerca me parece que tiene algo en la cara, porque los ojos y la boca se le ven negros. Me detengo y te miro, sabes que por tu culpa acabaste aquí, pepenando entre los botes, los orines y las bolsas, tenías familia, casa. Tenías todo y caíste aquí, en lo más bajo. ¿Por qué la gente se mete conmigo? Nunca le hago nada a nadie, nunca he lastimado a nadie. Sólo camino por la Ciudad, sólo camino… David, ¿estás muy roto?
No me gusta la gente, se mete en lo que no le importa. Primero los muchachitos que me atropellaron y me dejaron el brazo roto y ahora esto. Esta muchachita con ese vestido rojo… ¿Cómo se sabe mi nombre? Te miro para ver si logras reconocerme. Me acerco porque no la alcanzo a ver bien aunque ya está muy cerca, la tengo a menos de dos metros. Está borrosa. David. Está muy delgada, me gustaría gritarle que se vaya y me deje en paz. Tiene algo raro, me está sonriendo. David. No me gusta esto, quiero irme. Ella tiene algo raro en la cara, su cara es muy blanca, muy delgada. No me gusta esto. Comienzo a caminar lejos de ahí, en sentido contrario a la vía, de cuando en cuando volteo a verla, camino rápido. Sigo sonriendo y te miro. Te saludo con la mano. No me gusta, no me gusta eso. Comienzo a correr, me tropiezo varias veces con las piedras pero me levanto y sigo corriendo con la cabeza volteada hacia ella. Yo sólo camino, ¿por qué se meten conmigo? Te miro correr de frente hacia el tren, te saludo con la mano.
Ilustración: Will Mono Cromo