Literatura Reseñas

La Cama

 

Se despertó de golpe intentando recordar dónde había dejado el corazón.

No reconocía la cama. Las sábanas grises eran sombra con la luz de la luna que se vuelve sol, subían por el cuerpo desconocido. Se sentó con las piernas contra el cuerpo y los brazos alrededor. La obscuridad absoluta le envolvió la piel.

¿Dónde, dónde había dejado el corazón?

Pensó que tal vez lo había olvidado en las escaleras, frente a la tienda de música abandonada después de salir corriendo la noche de primavera de aquel beso. Dudó si acaso se había quedado atorado en la bicicleta roja de la ciudad anónima la noche de lluvia. Se preguntó si había brincado desde la orilla de la botella de cerveza oscura, sin terminar, en el bar donde todavía permiten fumar.

La respiración desconocida la regresó: 14 de febrero, Día de los enamorados.

¿Dónde estaba? Miró los discos que adornaban torpemente la pared, la ropa en el piso arrojada con fuerza. Pensó que quizás entre la ropa del piso estaba el corazón, que también se lo había quitado antes de subir a la cama. Sonrió. Recordaba su risa al subir las escaleras que llevaban al pequeño departamento, recordaba el olor a cigarrillo, el cabello en el rostro y la torpeza de intentar avanzar sin luz junto con unas manos que intentaban sostenerla. Recordaba todo de ella, pero no recordaba al desconocido.

Sintió frío. ¿Dónde había dejado el corazón? No había recibido ni una sola flor, ni una nota, ni un maldito globo. Por otra parte, había recibido alientos, caricias, golpes, besos, gemidos, impulsos. Le hubiera gustado recibir una flor, pensó mientras sentía su lengua rasposa y seca sobre sus labios.

La respiración desconocida se volvió más lenta, las sombras se movían. Extendió sus manos hacia la oscuridad y sintió el contacto con algo familiar e invisible. Recordó un calor y cercanía que ya no existían. ¿Ahí estaba? Sus manos regresaron. Hacía frío. No había nada. Le hubiera gustado recibir una flor…

Volvió a acostarse. No lo recordaba. Resultaba inútil seguir tratando de averiguar dónde había dejado el corazón. Ya no importaba.

La madrugada estaba a punto de terminar. Tomaría una ducha, levantaría su ropa y recogería el bolso que había abandonado junto con un tacón a la mitad de la sala. Se iría en silencio, sin hacer mucho ruido para desaparecer en la ciudad.

La luz comenzó a entrar por la ventana. El cuerpo desconocido comenzaba a despertar. Dos ojos que regresaban del sueño e intentaban adaptarse a la luz la buscaron. Una sonrisa.

—Hola, corazón.

Cerró los ojos y metió la cabeza entre las sábanas. Estaba amaneciendo y no tenía una flor.

 

Ilustración: Will Mono Cromo

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