Literatura Reseñas

El padre: escenarios literarios

 

El padre y la madre son las piedras angulares en la formación de todo ser humano, quienes le aportan, por igual, las herramientas para enfrentar el mundo, para sobrevivir, incluso, disfrutar la vida. Una mirada sensible, otra fuerte, la ambivalencia de la creación. Sin embargo, mientras el elemento femenino está delineado habitualmente por la sutileza de lo sentimental, de la pasión, la entrega y la abnegación; es la figura del padre una antítesis que si bien aporta fortaleza, tiene tintes de abandono, de lejanía.

En el pensamiento colectivo mexicano esta tesis está profundamente arraigada de un modo jocoso, incluso vivaracho, solemos decir “se fue por cigarros y jamás regresó…”,  o “hijo de tigre pintito”, cuando el padre se queda y con su papel deformafor  genera desperfectos y afectaciones colaterales, que mejor hubieran sido producto de una mamá luchona. Pero, ¿es la conciencia popular la que crea ficciones que se ciñen a este perfil?, o ¿son las ficciones literarias aquellas que van forjando la figura del padre desobligado, incluso insensible?

En el primer peldaño está el padre que merece las crueles palabras de Franz Kafka, un padre que no miró a su hijo, sino con los anteojos de la desaprobación y que fue fuertemente reprochado. Un padre totalitario que, si bien no le dio al autor una infancia llena de cariño y sentimentalismos, le caló tan profundamente el alma que lo movió hacia esa visión “kafkiana” que lo tatuó en la historia de la humanidad, como dicen por ahí… alguien tuvo que hacer el trabajo sucio.

Más atrás en la literatura, pero también en el inconsciente de la humanidad, está el padre que, ya no por carácter, sino por necesidad, decide echar a su hijo la suerte de un desposeído. Layo, el padre de Edipo rey, en una de las memorables tragedias de Sófocles. El llamado rey de Tebas es el ejemplo de un padre que desde la bandera del sacrificio,carga la dura cruz de ser el hombre de la casa y echa a su hijo a lo desconocido, tras la predicción del oráculo de una batalla a muerte con su hijo por el reino y el amor de su esposa, ¿quién puede juzgarlo? ¿Quién actuaría diferente ante tal destino?

Por otro lado, está el padre de un escritor que ha marcado la tendencia de toda una generación de pesimistas, entre ellos las largas filas de desencantados que tuvieron sueños y que la vida ha consumido, un autor que es la bandera de los pensamientos que mejor se callan en la oficina, en la calle, para evitar ser mal vistos… Charles Bukowsky es quien desde su trinchera de lo nefasto y lo patético, ha dado un brillo irónico a una ventana opaca, la ventana de un perdedor.  En un poema dedicado a su padre el poeta afirma “pienso que fue mi padre quien me decidió a/ volverme un vago./ Decidí que si un hombre así deseaba ser rico/ entonces yo quería ser pobre“. Y fue así como forjó su carácter desde la mirada distante y crítica ante una humanidad, encarnada por el padre, que él no comprendía.

pienso que fue mi padre quien me decidió a/ volverme un vago./ Decidí que si un hombre así deseaba ser rico/ entonces yo quería ser pobre

Será que en estos tiempos de cambio, de limpieza, de aceptación, es el momento de dar al padre el lugar que verdaderamente tiene, fuera de las construcciones románticas de héroes y villanos, de verdugos, sinvergüenzas. Sí, no es fácil el trabajo del padre, no es fácil andar en esta época con la coraza de la hombría, como si se tratase de pleno siglo XIX, en el que un padre retratado por Tolstoi en Ana Karenina, se hace de tripas corazón al aparentar un matrimonio feliz frente a la aristocracia rusa, mientras que su mujer  siente una pasión in crescendo por otro hombre, quien para el peor de los males, es de menor rango que él. ¿Cuántos gritos ahogados guardan en su pecho aquellos padres que han tenido que dar un paso adelante y con la frente en alto luego de una traición?

Y luego, con el paso de los años y la validación sesgada que los hijos hagan de su empeño, los padres viven de esperanza, de un deseo, un anhelo de algo que lo traiga de nuevo a la vida, al paso del tiempo, pues se ancla, sobre todo si él mismo ha sufrido el abandono de los hijos, ¿qué más le queda si ellos se adelantan a la otra vida? Padres a quienes les pasa como al Coronel de García Márquez, quien mientras espera dolorosamente, se reconstruye con el vestigio de que una vez tuvo un hijo, un gallo de pelea y una esposa asmática que equilibra sus sueños con la realidad.

Si para festejar a la madre se echa bombo y platillo, se resalta su inmaculada imagen y no sus tragedias, ¿por qué del padre hemos hecho un “villano”?, quizá no comprendemos bien las implicaciones de sus actos, cuando abandonan, cuando son duros, quizá nosotros mismos los hemos colocado en ese punto.

Y es que en este perverso juego de lecturas ligeras y etiquetas, en las que nos ha metido el mundo, el papel del padre se torna constantemente del lado oscuro. No se retrata a la persona sino sus miserias. Salvo en algunos casos afortunados, como lo hace Juan Carlos Quezadas en su brevísima novela, penetrando poéticamente  al corazón del padre, del hombre, por tres generaciones. Muestra la sensibilidad que antes había sido castigada, la reconciliación y la mirada sin juicios, pero con conciencia del pasado, de las acciones y las huellas.

Por eso cuando se quiera hablar “bien padre” del padre, dejemos de lado las hipocresías y celebremos el corazón duro, el paso firme, las distancias obligadas, de aquellos que en algunos casos dieron fuerza y dirección.

 

Ilustración: Will Mono Cromo

 

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