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Danza Música

La noche que todo retumbó al compás de Flamenco.

Mi primer acercamiento con el Flamenco fue reciente. Había una gran expectativa de lo que iba a ocurrir y, sobre todo, de lo que iba a experimentar con él. Sabía que la noche estaría plagada de un estilo Andaluz; vestida de olanes y encajes aterciopelados multicolores. Las notas de la guitarra en compañía de la voz que se encargaría de dar sentido al lugar, serían las responsables de persuadir uno a uno los sentidos de cada espectador.

No conocía Hojas de Té; había escuchado del sitio por amigos que se dedican a ejercicios culturales. Supe hasta entonces que, lejos de prestar únicamente sus aulas para infinidad de talleres, éste, es sin lugar a dudas, el referente número uno de Flamenco en la Ciudad de México. Por aquellas habitaciones angostas y modestas, han desfilado enormes personalidades inmersas en el género.

La cosa apenas comenzaba y yo sentía más nervios de lo previsto. La cámara seguía guardada y pendiendo de mi hombro. Mi acompañante comenzó a esbozar datos sobre la peculiar danza española; respiré y dejé que los músculos se relajarán. El acceso comenzó. La plática se pospuso hasta que nos pusimos cómodos frente al escenario. En él, un paliacate en color negro, con rosas grabadas en color blanco y hebras colgando de cada extremo; colocado en posición triangular de forma descendiente. Bajo él, dos sillas de madera. Entre éstas y el tablón del piso, dos micrófonos intactos esperando a ser usados.

El audio colocado en cada una de las cuatro esquinas del salón, iban inundando el espacio de juerga flamenca. Las luces frías se proyectaban exclusivamente sobre la tarima rectangular. Con la mirada, la gente iba seleccionado el mejor lugar para presenciar el espectáculo artístico. Hubo quienes comenzaron a beber una cerveza para sentirme más en confianza. Mientras la bebida se iba agotando, la música y el ambiente, comenzaban a subir de tono.

La cámara yacía sobre mis piernas; lista y en espera de ser utilizada. Hubo un momento de ligera oscuridad y ésta, fue la señal de inicio. El sonido cesó. La muchedumbre pareció recibir una orden de silencio. Uno a uno los personajes del tablao comenzaron a apropiarse del espacio. Los colores vivos predominaban en la vestimenta del trío danzador. En el cantante y el músico, el lúgubre negro contrastaba con su expresión y actitud altiva.

Bastó la primera nota de voz. Bastó también, la primera vibración de una o varias cuerdas de guitarra al contacto con los dedos del músico. Comenzó el ritual del baile…ése, del que tanto se discute. El mismo que tiene orígenes gitanos; según se dice. Aquél que expresa todo con un estridente remate de pies; en el que la historia y el arte se mezclan para manifestar sentimientos burdos y osados.

Hay una disparidad con los gestos faciales que cohabitan en cada uno de los flamencos. En las dos hermosas hembras, la sonrisa que emana de su boca tan bien delineada, forma parte de sus elegantes vestidos. En el caballero de tez morena que las acompaña, la seriedad y el porte, hace juego con el rojo del pañuelo atado a su cintura.

Ahora, los pequeños chasquidos del cantante se vuelven unísonos al ritmo del performance. Las palmadas ligeras y al compás de la melodía, se adueñan del ambiente, para concluir en pequeñas expresiones típicas del flamenco… ¡Olé!, ¡Guapa!, ¡Macho!.

Pareciera que cada una de las pronunciaciones, fuese la dosis de fuerza y energía que se necesita para verse fresco e inagotable después de danzar sobre todo el espacio; el sudor y la respiración agitada, da cuenta de lo contrario. La postura tan rígida de las manos, en conjunto con la tensión visible de otras partes del cuerpo, dejan entrever el interminable conflicto emocional-sensorial. El flamenco se siente, habla con los golpes. La fiereza con que se emana de los pasos, hace que retumbe hasta el cimiento más recóndito de Hojas de Té.

Finalmente, todos están de pie, a excepción del guitarrista. Entre ellos mismos se animan para exhibir sus mejores y últimos taconeos. Desfilan frente a sus compañeros y se terminan de consagrar frente al público. La sorpresa estalla, cuando el cantante remata su último verso y acto seguido, realiza un par estruendosos pasos. Los espectadores se maravillan y rompen el mar de aplausos. El agua salina corpórea cae sobre el escenario y, la sonrisa triunfante de cada figura humana, pone punto final al estribillo de aquella noche bulera vol. 109.

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Hojas de Té: Oslo 7, Col. Juárez, CDMX

Bailaores Noche Flamenca vol. 109: Cecilia Domínguez. Lya Morgana. Alejandro Tena.

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