CDMX Recintos culturales

“Saltimbanquis y sabor”, el muralismo de la era millennial

El Barrio del Reloj ubicado en el primer cuadrante del corazón de la Ciudad de México, llamado así por la arteria urbana que lo atraviesa, conocida antaño como la calle del Reloj y actualmente como República de Venezuela, ha sido testigo de los acontecimientos más importantes de la historia del arte mexicano. En este peculiar espacio convergen los restos del Templo Mayor de la antigua Tenochtitlán, la traza española de una ciudad moderna legada por el renacentista siglo XVI, la Nueva Catedral del siglo XVII y muchos palacios de los siglos XVIII, XIX y XX con modificaciones propias de los periodos del México independiente, el porfiriato y la posrevolución.

En los años veintes del siglo pasado, el Barrio del Reloj también fue cuna del Movimiento Muralista Mexicano, práctica cuya reputación ha dado la vuelta al mundo para poner a México en un lugar relevante de la historia mundial del arte moderno. La calle del Reloj es el eje urbano que une los espacios de San Pedro y San Pablo, donde nació el muralismo mexicano de la mano de Roberto Montenegro; el Antiguo Colegio de San Ildefonso, donde lo continuaron Rivera, Orozco y Siqueiros; la Secretaría de Educación Pública, donde fue consolidado por los mismos; y ahora la terraza de El Mayor, donde se añade la pieza mural más reciente en representación del llamado Muralismo Mexicano Contemporáneo.

El Muralismo Mexicano Contemporáneo es un movimiento que en los últimos años ha buscado continuar una tradición inherente al espíritu nacional que trasciende incluso el trabajo de Los Tres Grandes; seguramente tomando en cuenta que la pintura mural ha estado presente desde antes del encuentro con Occidente en los restos de Teotihuacán, Cacaxtla y hasta Bonampak; decorando los muros de iglesias y  conventos novohispanos, y hasta las paredes de las cantinas y pulquerías en los barrios populares. Esta tendencia, impulsada por la galería Arte Hoy, cuenta entre sus filas a jóvenes artistas como Bety Ávila, Alux Medina, Alejandra Venegas, Alfredo Libre, Senkoe, Nick Mestizo y Cocolvú. Cada uno con estilos únicos y propuestas diversas que embellecen espacios públicos y privados principalmente de la Ciudad de México.

Siendo un arte actual, el Muralismo Mexicano Contemporáneo se ha nutrido de los procesos artísticos que caracterizaron a la segunda mitad del siglo XX; no obstante, debe verse como un arte esencialmente “moderno”, pues aunque se autodenomina como “contemporáneo”, no emplea las estrategias de la deconstrucción artística del llamado Arte Contemporáneo como son el arte conceptual, la instalación, el arte objeto o el performance. Así, los murales se mantienen predominantemente figurativos y armónicamente decorativos. Aun así denotan ser resultado de procesos posmodernos como la aparición del diseño gráfico como disciplina a partir de la obra de los pintores pop y de Vicente Rojo en el contexto mexicano, o bien, del estilo desarrollado en el arte urbano latinoamericano y el muralismo chicano. Por ello la consolidación del graffiti, el diseño gráfico y el diseño industrial entre las artes plásticas, representa procesos análogos a este nuevo paradigma del muralismo mexicano. Por otro lado, el muralismo contemporáneo también es resultado de los avances tecnológicos de nuestros días, pues ya no son los días de antaño en los que podríamos encontrar trabajos al fresco, temple o encausto como en las grandes obras del siglo pasado, sino que materialmente predominan técnicas de origen industrial como los acrílicos o la pintura en aerosol y, de manera importante, la reproducción de la imagen en soportes digitales.

En el número 15 de República de Argentina, se añade la versión millennial del muralismo nacional en un cuadrante históricamente relevante como ha venido siendo el Barrio del Reloj. La terraza de El Mayor, con vista al imponente Templo Mayor, a la Catedral Metropolitana, al Palacio Nacional y a tantas otras edificaciones y cúpulas que se elevan en torno a la Plaza de la Constitución, se ha convertido en el hogar de Saltimbanquis y sabor, obra mural del artista plástico Cocolvú.

Se trata de un mural mueble con formato de 5 metros de largo por 2.10 de alto pintado con acrílico sobre un soporte de loneta. En él contrastan colores opacos junto a tonos brillantes delimitados entre sí por contornos en negro. El tema es una explosión de personajes sin estricto volumen inspirados en los alebrijes y máscaras del arte popular que salen de varios accesorios de cocina. Los fondos denotan tendencia al horror vacui, es decir, literalmente el “miedo al vacío” que caracteriza a la pintura del arte popular mexicano, evidente toda vez que cada espacio ha sido ocupado por una textura distinta lograda con rigatinos (rayas) o punteados que provocan una explosión pictórica en los ojos del espectador.

Esta obra de Cocolvú, junto con otras piezas realizadas en los soportes más diversos, que van desde utensilios de cocina hasta calzado, se suman a la concepción de “lo mexicano” que empieza a caracterizar a nuestra época posmoderna; donde dominan personajes naïf (ingenuos) a veces caricaturizados, y colores como el fucsia o “rosa mexicano”, turquesa o “azul maya”, rojos naranjas y amarillos en áreas planas frecuentemente saturadas con diseños que generan texturas. Es en este sentido que la obra de Cocolvú se aprecia fundamentalmente decorativa, tal como lo fue el primer periodo del muralismo posrevolucionario que se basó en la ornamentación de las artesanías antes de que Rivera y Siqueiros politizaran el movimiento artístico. Para los muralistas precursores como Xavier Guerrero y Roberto Montenegro, los diseños de la pintura con que se decoraban las cajitas de Olinalá y la bateas michoacanas eran dignos de embellecer los muros de los edificios públicos. En la obra de Cocolvú ocurre un proceso análogo, pues sus diseños ornamentan por igual el muro de la terraza de un restaurante que la superficie de un sartén. Además, este suceso del largo proceso del arte mexicano quedará enmarcado por la edición limitada de una línea de utensilios de cocina de la marca Vasconia, que lucirá los diseños del artista. Las piezas estarán a la venta arrancando el último trimestre de este año. En efecto,  este es el momento en el que las artes culinarias, las artes plásticas, el diseño gráfico y el diseño industrial, borran sus fronteras para crear piezas destacadas por una belleza pragmática.

La relación entre las artes decorativas y el muralismo tiene una larga historia en el contexto mexicano, quizá porque, tal como lo expresa Cocolvú en su trabajo, el mexicano lleva en las venas el gusto por los diseños ornamentales y el color que históricamente nos han heredado contextos diversos; como el arte prehispánico en su cerámica, los floreados asiáticos en las porcelanas y sedas que llegaban al puerto de Acapulco, el preciosismo flamenco heredado por la unidad del imperio español, y el colorido de los criollos y mestizos que hasta la fecha caracterizan a México frente al mundo. México ha sido la olla donde todos estos elemento, como si se tratara de sabores, se han cocido  a fuego lento en una explosión digna de una fiesta mexicana; la misma fiesta que Cocolvú ha plasmado en su mural.

El Centro Histórico es un punto de visita obligado para los amantes del arte y de la historia. Si próximamente te encuentras recorriendo los museos circundantes al Barrio del Reloj, recuerda que el broche de oro perfecto sería una parada técnica en la terraza de El Mayor, justo arriba de la legendaria librería Porrúa. Ahí podrás dejarte deleitar por platillos de alta gastronomía al mismo tiempo que recibes la experiencia estética de la Ciudad de México, desde las ruinas mexicas hasta el mural contemporáneo de Cocolvú, en una sola ojeada panorámica.

Restaurante El Mayor: Calle República de Argentina 15, Centro, Cuauhtemoc, CDMX.

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