Literatura Teatro

Relatos entre libros | Sirenas en Icaria

Su voz vuelve la noche roja sobre mis papeles; la observo abrazada por los libros y permanece levitando en una lenta espiral con olor a café. En un relato mezclado con pasado, presente y memoria:

Beatriz es la poeta de los sentidos y los me dueles; de las madrugadas anheladas por una Luna que incendia con erotismo, es la hechicera de un océano que se disfruta a respiraciones de mar abierto, pues cada poema suyo es crespo y frondoso; ella, la poetisa-actriz lee, interpreta con guion de un engargolado de pasta negra en la sala literaria de Icaria. Sentada a un lado del rincón que da hacia Romero de Terreros, en aquella casa, entre aquellos lomos de los libros en los libreros, hace vibrar con su poética a los guardianes de las letras y provoca olas y mucha espuma. Frente al público, la cachonda Dama pone ardor en los oídos y en la página. Con un canto fino y con sutileza; con la voz orientada al aire que recibe la metáfora hacia los ojos pulsantes y embelesados; frente a los lectores, Beatriz Cecilia sueña-sonora con una voz “cálida y maternal.” En ese espacio, en ese sitio onírico, sobre la arena de la isla, se vive un experimento con las letras y el arte, una nueva raíz con las personas.

Encima de esta historia apenas punteada por los dedos y entretejida por las evocaciones, pruebo a la práctica “De mis humedades vengo”; y escribo un simulacro de agua con tiza: una mini ficción que versa sobre un capuchino que sabe a gloria, con un sabor a blancas nubes de volcán y poemas de un sábado lírico. Entonces; ella cantaba en la playa-librería y yo fotografiando estática en la luz de sus labios, a través de sus lentes los versos se reflejan en un juego de espejos, y yo fotografiando y ella cantaba; ahora vuelo igual que Ícaro en la mitad oscura de las sillas rosas, revoloteo en las paredes verdes y hago referencia de la presentación nocturna para renacer en el texto.

En aquel lugar de palabras y de ríos y de estrofas quijotescas, compré su primer poemario y redacté sobre él un tiro de naipes textual; una introspección con la pluma. Y ahora el argumento toma notas sobre coordenadas ignotas, impresiones de la ferocidad creativa de la poeta en el poema. Recordé que es una sirena y que su poesía es sublime. Que sus palabras la describen exacta: “violentas y sensuales”.

Prometí de vuelta a mi cama no soltar el cuaderno y el poemario de Beatriz. Durante el trayecto, cuidaría del hijo húmedo de Cecilia, lo leí con cuidado, tratando de paladear una y otra vez en voz alta cada palabra. Allá, en el cielo oscuro la sonrisa del gato y las estrellas, en mí, el lejano mundo de Alicia y los eventos extraordinarios en una tierra de libros y escritores. De regreso a las ventanas y los muebles de la isla, reconozco a la mariposa y el trompo mexicano, la cara de Schopenhauer en una portada rectangular y a lo lejos la trompeta de Chet Baker suena; las risas y los abrazos de los ahí presentes: En la bahía con su viejo y nuevo mundo de las editoriales, traen desde sus mares sirenas con oralidad y canto.

En ICARIA/EME se presentó Somos historia de Beatriz Cecilia y se supo por su manto verbal, eso que canta arrullando con un tono de llama y goce: y ella cantaba y yo fotografiando el relámpago en su boca; y yo fotografiando y ella cantaba un fulgor candoroso. Beatriz Cecilia, portadora del espíritu del bolero y la cerrazón, la poetisa es el romance y el fuego entero de la vida en el amor. Hace teatro con el verso, lo habita y lo llora. Es De mis humedades vengo un poemario de manos suaves y fortalecidas. Una obra de profundidades donde Beatriz se disuelve y se completa en una encrucijada donde abre puertas, atravesándolas con un universo propio y lúdico, pues sus palabras se revientan sin miedo, con piedad y sin ella: “depositar en él (su libro) mis penas, desvaríos y discordancias.”

Nota: Las letras en cursivas provienen de fragmentos del libro de Beatriz

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