Una sonata para dos actores: la razón y el instinto
En el centro del escenario yacen dos entes humanos semidesnudos. Ambos están encorvados en posición fetal y a ratos dejan escapar un pequeño movimiento de piernas y manos que simula más un malestar corporal. La postura en la que se encuentran evoca de forma inmediata al Yin Yang: un par de fuerzas opuestas y complementarias que son el principio fundamental de todas las cosas. Rojo y blanco. Cálido y frío. Causa y efecto. Instinto y razón.
Bajo esta idea, se desarrolla la magnífica pieza teatral Sonata para dos actores, del dramaturgo mexicano, Eduardo Contreras Soto. Misma que se presentará todos los sábados- hasta el 13 de mayo- en el foro principal de la tétrica Casa Actum en punto de las 20:30 horas.
Los entes comienzan a moverse, no instintivo, como alguien que despierta de un largo sueño, más bien lo hacen de una forma estética. Sus brazos forman líneas perpendiculares a sus brazos, sus espaldas doblan en 180°, se arrastran sobre el piso dando muestra de sus dotes artísticos; sus movimientos no rompen la simetría corporal; juegan con ella y también con nuestros sentidos.
Con ello comienza el primero de cuatro actos estelares- Alegre asaz, Lento, Alegrillo muy sostenido y adelante acelerado- que dan tonalidad a la trama de la historia. La música vierte sobre cada uno de ellos un matiz colorido; no homogéneo. Confronta ritmos que acentúan el argumento de la puesta. Viola, piano, flauta, violonchelo, violín, se encargan de maquillar los desplazamientos de los actores que terminan de armonizarse con pequeños discursos poéticos.
Mientras el instinto -Alejandro Sarabia- se viste de color rojo y juega con cada uno de los elementos vitales de la vida, que se encuentran resguardando el cuadrilátero; fuego, agua, tierra y aire, para saciar su impulso sentimental. Contrario a ello – Enrique Díaz Durán- la razón se encuentra retraída; introspectiva, anteponiéndose a cualquier otro sentimiento que no sea crítico e impensable; lógico. Viste de blanco y contrasta con la calidez del instinto.
El auge de la puesta surge de la compenetración de ambas deidades. Se buscan en mundos extraños y por causalidad -no confundamos con casualidad- se encuentran. El Rojo se agita con el frío destello del banco; el blanco vibra con el cálido arrebato del rojo. Ahí están, la razón y el instinto dejándose llevar. No hay cuestionamientos ni bajos instintos, ambos se encuentran sometidos por un loco frenesí de alegría y felicidad, ambos lloran por demencia, ambos ríen de júbilo y gozo.
Ya no hay polos opuestos, tierra con aire y fuego con agua. El frío es caliente y el rojo blanco. El instinto es razón y la muerte vida. Nace la dualidad.