Dogville, un siniestro cuento de hadas norteamericano
“Todos podían verse al espejo sabiendo que habían hecho todo lo que estaba a su alcance para ayudarla, y quizá más…”
A quince años del estreno de la película Dogville (2003), protagonizada por Nicole Kidman y dirigida por su autor, el cineasta danés Lars von Trier, esta cruda trama llega por primera vez a los escenarios. Se trata de todo un acontecimiento en la escena mexicana, pues es en el ya legendario Teatro Helénico donde la historia de Grace, traducida al lenguaje de Melpomene, es presentada al mundo en formato teatral como un llamado a reflexionar en torno a la baja naturaleza humana. La adaptación es trabajo del novelista y periodista cinematográfico Miguel Cane, quien se basó en un texto del propio von Trier para escribir la dramaturgia con la cual ha logrado capturar la esencia del guión original, prescindiendo de los elementos propios del Séptimo Arte, y añadiendo aquellos que obedecen a las necesidades específicas del escenario; el resultado es un interesante híbrido que denota la mezcla equilibrada de elementos narrativos, teatrales y cinematográficos.
Dogville es un pueblo perdido en las faldas de las montañas rocosas de los Estados Unidos. A este lugar, que no figura en los mapas, llega una joven fugitiva de nombre Grace, quien va huyendo de un grupo de gángsters persecutores. La chica es descubierta por Tom Edison, un muchacho con aires de filósofo que ante la aparente inocencia de la muchacha decide ayudarla escondiéndola en el pueblo, pero antes debe conseguir la aprobación del resto de los habitantes. Grace es puesta a prueba durante un lapso de dos semanas, en donde debe ganarse la confianza de los pobladores y al mismo tiempo pagar su seguridad con trabajo, un precio que aparentemente todos están obligados a cubrir como miembros de la comunidad. La dinámica de Dogville es extremadamente tradicional, donde todos tienen un lugar y un trabajo asignados. Frente a esto, Grace debe cubrir un poco de todas las labores y conforme pasa el tiempo, incluso aquellas que nadie antes estaría dispuesto a cumplir. Paulatinamente, la bondad que la fugitiva creyó haber encontrado entre este grupo alejado de los vicios y la corrupción del mundo secular (es decir, de aquellos que vivimos en el siglo), desaparecerá para abrir paso a los bajos instintos de un grupo de perros que han dejado corto el juego de palabras que conforman el topónimo.
Dogville también es un vistazo crítico a un modelo de desarrollo social propio del norte del continente americano donde, al igual que ocurre en el norte de Europa, domina el protestantismo aparentemente progresivo y crítico de la levedad moral de los países sureños que son dominantemente católicos. Se trata de las comunidades amish, compuestas por colonos llegados principalmente de contextos europeos del norte como Alemania y Suiza, que incorporaron la vertiente anabaptista del protestantismo iniciado en el siglo XVI por Martín Lutero como ataque a los excesos y a la venta de indulgencias de la iglesia de Roma. Para entender el desarrollo de estos grupos (y de algunos aspectos de la trama) es importante señalar que entre sus características se enlistan la unidad comunitaria, el trabajo como camino hacia la redención y el aislamiento del mundo exterior en zonas poco comunicadas donde también se rechaza el progreso tecnológico. Por ello, la vida, las actividades e incluso sus vestimentas, remiten aún hoy día a periodos muy tradicionales anteriores a la revolución industrial.
La comunidad de Dogville está compuesta por un cabalístico número de doce habitantes, todos con personalidades, condiciones y depravaciones diferentes, interpretados por uno de los elencos más exquisitos que se pueden ver en la cartelera actual. Protagonizan Ximena Romo como Grace, actriz a la que hemos visto aparecer principalmente en cine; y Sergio Bonilla, actor con 35 años de trayectoria en el rol de Tom Edison. Actúan Claudia Ramírez como Vera, una prolífica madre apasionada de la mitología clásica; Pablo Perroni como Chuck, esposo de Vera y encargado de cultivar los frutos del pecado original: la apetitosa manzana roja que el pueblo comercializa con el exterior. Luis Miguel Lombana es Jack McKay, un hombre viajero que se ha quedado ciego, poseedor de la ventana con la mejor vista de todo el pueblo. Carmen Delgado interpreta a Mamá Ginger, la usurera tendera cuya pasión es cultivar matas de grosellas con las que prepara deliciosos pasteles para deleite de todo el pueblo. Gerardo González como Thomas Edison padre, y Mercedes Olea como la señora Henson y Francisco Hernández Castelán como el señor Henson. Judith Indra interpreta a Martha, la nerviosa albacea de la iglesia, cuya pasión es la música; y Francisco de la Reguera como Ben, el transportista de las cosechas que mantienen al pueblo. Ana Kupfer es Liz, la joven bella del pueblo, y Cristopher Aguilasocho es Bill, un joven estudiante. Este grupo de grandes actores encarnan el profano Olimpo que Lars von Trier recreó en Dogville. A ellos se suman Diego Cooper, Carlos Fernández y Alan Téllez como los gángsters y la breve pero no menos brillante participación de Rodolfo Arias como el Gran Hombre. Así mismo, Jerónimo Suárez Inda nos refresca con su interpretación en el personaje de Jasón, como representante del sector infantil de la aldea.
El vestuario corrió a cargo de Giselle Sandiel, quien supo recrear la indumentaria amish caracterizada por prendas muy conservadoras con formas que remiten a siglos pretéritos, que a su vez van conjugados con pocos aunque claros avances de la industria textil como la aparición de la mezclilla, presente en la vestimenta de los personajes con las ocupaciones más activas. En la gama cromática dominan los tonos tierra: marrones, ocres, beiges; que contrastan con elementos muy llamativos en el vestuario de Grace: una exótica pañoleta magenta y un vestido amarillo pálido. Así mismo su cabello rubio, perfectamente cuidado y à la mode, contrasta con las silvestres cabelleras del resto de los villanos.
Félix Arroyo fue el encargado de erigir la versión escenográfica de Dogville sobre las tablas del Helénico. Su trabajo se limita a la colocación de sobrios dinteles negros en ambos extremos del escenario. No obstante, la solución más brillante es la abstracción del espacio donde cada uno de los miembros tiene “su lugar” con base en un croquis del pueblo que el público puede leer proyectado sobre una pantalla-telón en cuanto se entra en la sala. Los espacios se distribuyen en cada escena con la entrada y salida de muebles practicables que los mismos habitantes reacomodan empleando sus propias fuerzas de trabajo. El pueblo termina delineándose gracias a efectos de sonido que recrean el rechinar de puertas, golpes, campanas y motores de autos.
Detrás de todo el trabajo de esta comunidad está la dirección de Fernando Canek, quien por medio de su visión logra que el público distinga poco a poco las situaciones, motivos e intereses de cada parte de Dogville. El público saldrá del Helénico con la sensación de haber sido testigo del gran trabajo escénico con el que debuta mundialmente la obra de Lars von Trier en los escenarios del teatro contemporáneo; pero al mismo tiempo con la amargura que produce la pregunta por la naturaleza moral del hombre cuyas perversiones no se mantienen sólo ligadas al “progreso”, ni sólo en las grandes ciudades; descubriremos que también en un pueblo chico el infierno puede ser protestante.
DOGVILLE
De: Lars von Trier | Traducción: Miguel Cane | Dirección: Fernando Canek | Escenografía e iluminación: Félix Arroyo | Vestuario: Giselle Sandiel | Elenco: Ximena Romo, Sergio Bonilla, Claudia Ramírez, Carmen Delgado, Mercedes Olea, Luis Miguel Lombana, Pablo Perroni, Gerardo González, Rodolfo Arias, Judith Inda, Francisco de la Reguera, Ana Kupfer, Christopher Aguilasocho, Diego Cooper, Francisco Hernández Castelán, Jerónimo Suárez Inda, Alan Tellez y Carlos Fernández.
Funciones: lunes 20:00 horas | Boletos: $350-$250 | Duración: 130 minutos | A partir de 12 años
Teatro Helénico: Av. Revolución 1500, col. Guadalupe Inn, Ciudad de México.