La danza del merolifloritico
En el centro del escenario un ente yace recostado sobre el suelo. Descansa. Espera el susurro del ajetreo exterior para cobrar vida. Ojos en pies y manos de aquella bestia siguen alertas; permanecen adormecidos como su dueño mismo. Basta un movimiento brusco para que este movimiento automático y nato se accione: despertó.
El merolifloritico está de pie. Sus extremidades pueden ver; hay ojos clavados en éstas. Rojos, azules y verdes. Su cadencia va tomando vuelo y sus movimientos se van adaptando a ese ritmo sonoro vulgar y alarmante. La bestia son dos seres que le sigue el paso; se vuelven uno.
“Quién lo vio lo vio”, es el estandarte bajo el que la danza de ese merolifloritico se desarrolla. Los movimientos corporales son duros y toscos; las facciones de la cara son exageradas. La música da pauta a que las cosas se presenten de esta forma. La bestia está fuera y quiere exhibirse.
La vista que tiene es ilimitada. Baila con ella. “Nos cuenta con los ojos”. Su andar está hecho a partir de lo que ve. De sus pupilas emanan caminos. Mismos que él explora. Se pasea entre sombras y crea imágenes coloridas; sonidos propios que lo hacen único.
El merolifloritico está cansado. Cierra los ojos y con ello se acaba todo. Ya no hay caminos por recorrer. Desapareció. Y en su ausencia, solo queda el aliento desquebrajado de los dos entes que le daban vida. Ahora, solo hay que esperar, a que vuelva a despertar.
La pieza corre a cargo de Yunuen Iturbe y Arantza Perez. La coreografía es obra de Marely Romero. Detrás de la música está Matmos y Javier Álvarez Fuentes. La escenografía y vestuario es de Erika Niño; la realización de vestuario fue de Lila Méndez.
*Proyecto apoyado por el Centro de Artes de San Agustín, Oaxaca. Dentro del Diplomado Interacciones-Cuerpo En Diálogo.